La planificación de un plan de intervención psicopedagógica debe ajustarse a las necesidades y características de cada estudiante; por ello el proceso de diseño comienza con una evaluación inicial para determinar el nivel de desarrollo cognitivo-lingüístico.  A partir de esta primera evaluación, vamos a definir los objetivos más específicos, que deben ser medibles, para organizar las actividades de la sesión. Estas actividades tienen un carácter flexible y lúdico en todo momento, con una duración corta y cuenta con la colaboración activa de los profesionales que trabajan con el alumno/a.  A su vez, la evaluación de las intervenciones será continuo, con evaluaciones periódicas y registros observacionales que permitan ajustar las actividades para que garanticen el progreso gradual y constante.

El plan de intervención se desarrolla en un enfoque multidisciplinar, en colaboración con la tutora de prácticas, quien supervisa el progreso y ajusta el plan, la terapeuta ocupacional, que apoya las actividades en el aula sensorial, y la psicopedagoga en prácticas, responsable del diseño y ejecución del plan. 

Los recursos materiales incluyen desde material de creación propia a  pictogramas, tarjetas visuales, herramientas digitales de estimulación cognitiva, materiales manipulativos como juegos de memoria ...  Las actividades se realizan en dos espacios: un aula de trabajo para tareas individuales y un aula sensorial para estimular los sentidos. El plan consta de 7 sesiones semanales de 45 minutos, enfocadas en lectura globalizada, conciencia fonológica y escritura, con juegos interactivos al final de cada sesión. La coordinación semanal entre la tutora y la psicopedagoga en prácticas permite realizar un seguimiento individualizado, ajustar las actividades según sea necesario y llevar a cabo una evaluación final conjunta.

En el diseño del plan de intervención, se emplean instrumentos evaluativos como la observación directa y las rúbricas para valorar el progreso de los estudiantes. Según César Coll (2006), la evaluación debe ser continua y adaptada a las características y contexto del alumnado. La observación permite un seguimiento cercano de los avances y dificultades, mientras que las rúbricas proporcionan una evaluación estructurada y detallada que facilita el ajuste de estrategias pedagógicas. La combinación de ambos instrumentos asegura una intervención dinámica y personalizada, orientada al progreso constante de los estudiantes.